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  • Sophie Zuurhar
  • hace 2 minutos
  • 4 Min. de lectura

Más ojos, menos miedo: lo que las colonias populares enseñan sobre seguridad


Cuando pensamos en seguridad urbana, solemos imaginar bardas altas, casetas de vigilancia y fraccionamientos cerrados. Creemos que entre más aislada sea una colonia, más segura será. La realidad es que la experiencia cotidiana demuestra todo lo contrario. Una colonia popular  –llena de comercio, vida en la calle y movimiento constante–  puede sentirse mucho más segura que una colonia caracterizada por largas calles solitarias, bardeadas, con casas cerradas y poco comercio a pie de calle. ¿Qué nos está diciendo esto sobre cómo entendemos y diseñamos la seguridad?


Ojos en la calle: la seguridad no depende del silencio.

Jane Jacobs, una de las urbanistas más influyentes del siglo XX, defendía que la seguridad de un barrio no depende de los muros ni los policías, sino de los “ojos en la calle”. Ella creía en un fenómeno llamado vigilancia natural. “Una calle bien transitada es propensa a ser relativamente segura frente al crimen, mientras que una calle desierta es propensa a ser insegura… los usuarios actúan como red voluntaria de control implícito.“ (Jacobs, 1961) Una calle llena de vida, donde la gente compra, conversa, cena, espera el camión o simplemente pasea, genera un sistema donde todos se observan y todos se cuidan. 


¿Qué es lo que sucede en una calle vacía? Nadie puede ver o escuchar si algo pasa, nadie puede ofrecer ayuda. Se vuelve un lugar perfecto para la inseguridad. Ahí está la paradoja: lo que muchas veces asociamos con “tranquilidad” (calles solas, silencio absoluto) es también lo que aumenta nuestra vulnerabilidad. 


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El valor del uso de suelo mixto

Uno de los factores clave que da vida a colonias seguras, es la mezcla de usos. No solo vemos vivienda, también hay panaderías, tiendas, talleres, restaurantes, tienditas de abarrotes, puestos de comida nocturnos, etc. La diversidad de actividades alarga el horario de vida en la colonia: hay movimiento en la mañana, en la tarde y también en la noche. Hay ojos a todas horas. Por el contrario, en una zona por completo habitacional, la calle funciona solo en horarios específicos. Durante el día, la mayoría de las casas están solas porque sus habitantes salen a trabajar o estudiar. De noche, después de cierta hora, no hay comercios abiertos ni personas transitando, dando como resultado calles oscuras y solitarias, con falsa sensación de seguridad sostenida únicamente en bardas y vigilancia privada. Análisis recientes han subrayado que “incorporar elementos comerciales y residenciales en un mismo esquema contribuye de forma positiva a un entorno urbano más seguro.” (Harris, 2023)


El prejuicio de clase en la percepción de seguridad

Es importante señalar el prejuicio profundo que entra en juego al hablar de este tema: solemos asociar seguridad con zonas de nivel socioeconómico más alto, y peligro con barrios populares. Esta conclusión no solo es simplista, también es engañosa.


Lo que hace segura a una colonia no es cuánto cuesta la vivienda ni cuán alta es la barda que la “protege”, sino su capacidad de generar tejer comunidad y sostener la vida cotidiana en el espacio público. Un barrio popular puede estar lleno de interacciones cotidianas: vecinos que se conocen, comerciantes que saludan a sus clientes de toda la vida, niños que juegan en la calle. Esa red invisible es la que genera seguridad. En un fraccionamiento cerrado y homogéneo, en cambio, puede estar lleno de cámaras y guardias pero vacío de comunidad. Cuando no hay comunidad, no hay cuidado mutuo. 


Seguridad como experiencia femenina

Para muchas mujeres, caminar solas en la noche es un ejercicio constante de evaluación de riesgo. Elegimos rutas iluminadas, evitamos calles solas, llevamos las llaves en la mano o fingimos hablar por teléfono. Muchas veces este ejercicio no es una elección, sino la única alternativa para llegar a nuestro destino. Desde esa experiencia, la diferencia entre una colonia popular y una colonia “tranquila” es determinante: en la primera, casi siempre hay alguien cerca; en la segunda, el silencio pesa. 


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Esto nos deja claro que la seguridad no puede medirse sólo en términos estadísticos o de infraestructura, sino en la percepción que producen los espacios. La percepción de seguridad aumenta cuando sabemos que no estamos solas, cuando hay vida alrededor, cuando la calle pertenece a la comunidad y no al miedo ni al silencio.



Repensar la ciudad desde la vida cotidiana

La lección que nos dejan este tipo de colonias no es nostálgica ni romántica: es sumamente práctica. Necesitamos ciudades con usos de suelo mixtos, que fomenten el negocio local, el transporte público eficiente y la convivencia diaria en el espacio público. Cerrar colonias, levantar bardas más altas y prohibir el comercio en la vía pública no genera seguridad: genera aislamiento. Y el aislamiento es el mejor amigo de la inseguridad.


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Si queremos ciudades realmente seguras, debemos dejar de asociar el silencio con la tranquilidad y empezar a valorar la riqueza del movimiento, la mezcla y la vida comunitaria. La verdadera seguridad se construye en la calle, con la gente, todos los días.




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Referencias

  • Harris, V. (2023, 15 de junio). The importance of “Eyes on the Street” in creating safer spaces. Marshalls.

  • Jacobs, J. (1961). The Death and Life of Great American Cities. Random House.



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